martes, 23 de agosto de 2011

¿Quién era Milton Friedman? (II) Chile pasa factura…

Para entender el monetarismo, lo primero que hay que saber es que la palabra dinero” no significa exactamente lo mismo en economía que en el lenguaje común. Cuando los economistas hablan de oferta monetaria  no se refieren a la riqueza en el sentido corriente. Se refieren sólo a esas formas de riqueza que pueden emplearse más o menos directamente  para comprar cosas.  La moneda –pedazos de papel con dibujos de figuras prominentes- es dinero; y también los depósitos bancarios contra los que se pueden extender cheques. Pero las acciones, los bonos y las propiedades inmobiliarias no son dinero, porque tienen que ser convertidos en efectivo o en depósitos bancarios si queremos utilizarlos para hacer compras.
Antes de Keynes, los economistas consideraban la oferta monetaria un elemento primordial de la gestión económica. Pero Keynes afirmó que en situaciones de depresión, cuando los tipos de interés son muy bajos, los cambios en la oferta monetaria tienen escaso efecto sobre la economía. Y por eso, él y sus seguidores creían que hacía falta una política Fiscal -en especial un aumento del gasto público- para sacar a los países de la Gran Depresión.
Friedman hizo una cruzada a favor de la propuesta de que el dinero también importaba con la publicación en 1963 de A monetary history of the United States, 1867-1960, en colaboración con Anna Schwartz.
Su análisis más influyente y controvertido fue el relativo a la Gran Depresión. "La contracción" de la economía, declaraban, "es de hecho un trágico testimonio de la importancia de las fuerzas monetarias".
En 1976, Friedman les decía a los lectores de Newsweek que "la verdad elemental es que la Gran Depresión se produjo por una mala gestión pública", una declaración que seguramente sus lectores interpretaron como que la depresión no se habría producido si el Estado se hubiera mantenido al margen, cuando de hecho lo que afirmaban era que el sector público debería haberse mostrado más activo, no menos.
La Reserva Federal adoptó oficialmente objetivos monetarios al estilo Friedman en 1979, pero los abandonó de hecho en 1982, cuando la tasa de desempleo superó el 10%.
Durante la década de 1990, Japón experimentó una especie de reproducción a pequeña escala de la Gran Depresión.
La tasa de desempleo nunca llegó a los niveles de la Depresión, gracias a un enorme gasto en obras públicas que hizo que cada año Japón, con menos de la mitad de población, vertiese más cemento que Estados Unidos. Pero las condiciones de tipos de interés muy bajos que se dieron en la Gran Depresión reaparecieron con fuerza. Hacia 1998, el tipo del dinero a la vista, los tipos de los préstamos a un día entre bancos, era literalmente cero.
Y en esas condiciones, la política monetaria resultó tan ineficaz como Keynes había afirmado que lo fue en los años treinta. El Banco de Japón, el equivalente japonés a la Reserva Federal, podía aumentar la base monetaria, y lo hizo. Pero los yenes añadidos se guardaban, no se gastaban. Los únicos bienes de consumo duradero que se vendían bien, me dijeron por aquel entonces algunos economistas japoneses, eran las cajas fuertes.
Friedman Una y otra vez pedía soluciones de mercado a problemas -educación, atención sanitaria, tráfico de drogas ilegales- que en opinión de casi todos los demás exigían una intervención estatal extensa.
Hace una década era normal citar el éxito de la economía chilena, en la que los asesores de Augusto Pinochet, educados en Chicago, se habían pasado a las políticas del libre mercado después de que Pinochet se hiciera con el poder en 1973, como prueba de que las políticas inspiradas por Friedman mostraban la senda hacia un próspero desarrollo económico.
En la reseña de 1965 sobre Monetary history, de Friedman y Schwartz, el fallecido premio Nobel James Tobin acusaba levemente a los autores de ir demasiado lejos. "Considérense las siguientes tres proposiciones", escribía. "El dinero no importa. Sí que importa. El dinero es lo único que importa. Es demasiado fácil deslizarse de la segunda proposición a la tercera". Y añadía que "en su celo y euforia", eso es lo que muy a menudo hacíFriedman y sus seguidores.
Posiblemente  (Friedman es) el más brillante comunicador de las ideas económicas a los ciudadanos en general que jamás haya existido. Pero hay buenas razones para sostener que el friedmanismo, al final, fue demasiado lejos, como doctrina y en sus aplicaciones prácticas. Cuando Friedman inició su trayectoria como intelectual público, había llegado la hora de llevar a cabo una contrarreforma contra el keynesianismo, y todo lo que eso conllevaba. Pero lo que el mundo necesita ahora, diría yo, es una contra-contrarreforma.
Paul Krugman es profesor de Economía en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía 2008.

Mark de Zabaleta








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